jueves, 13 de marzo de 2008

La redescripción de la idea clásica de subjetividad en Freud y su influencia en Rorty




Dr. © Lluís Pla Vargas - Universidad de Barcelona1
Resumen
Este artículo trata de exponer la redescripción de la idea clásica de subjetividad propuesta por Sigmund Freud y parte de su influencia en la obra de Richard Rorty. En este sentido, el texto se abre en cuatro direcciones. En primer lugar, expone las ideas fundamentales que dieron al psiconanálisis su dimensión revolucionaria. En segundo lugar, examina los presupuestos filosóficos de Freud con el objeto de ver su crítica a la idea clásica de subjetividad. En tercer lugar, revisa la concepción de la subjetividad desarrollada por Freud en tres de sus obras. Por último, comprueba la influencia de este enfoque en Contingencia, ironía y solidaridad, una de las obras más importantes de Rorty.

Abstract
This paper tries to present the redescription of the classical idea of subjectivity introduced by Sigmund Freud and part of its influence on Richard Rorty’s work. In this sense, this text opens itself in four ways. First of all, it shows the fundamental ideas that gave psychoanalysis its revolutionary dimension. Secondly, it studies Freud’s philosophical assumptions in order to view his criticism to the classical idea of subjectivity. Thirdly, it reviews the conception on subjectivity developed in three of Freud’s works. Finally, it tests the influence of that conception in Contingency, irony and solidarity, one of the most important of Rorty’s works.

Palabras Clave
Subjetividad, Psicoanálisis, Freud, Rorty, Contingencia.

Key Words
Subjectivity, Psychoanalysis, Freud, Rorty, Contingency.


1. Introducción

La modernidad inauguró con Descartes no sólo una nueva perspectiva sobre la naturaleza, en la cual ésta aparecía despojada de todas las cualidades con las que la había adornado el aristotelismo tardío, sino también una nueva concepción de la subjetividad, en la cual el yo quedaba reducido a mera res cogitans, a mera ‘cosa pensante’. De manera obvia para Descartes y la tradición que le seguirá, en la subjetividad no existen elementos no conscientes. La crítica de esta idea clásica de subjetividad alcanza en Freud un lugar no superado por ninguna filosofía de cuño clásico. No obstante, puede hablarse mejor con Rorty no tanto de una crítica como de una redescripción: el léxico que instaura Freud todavía resulta imprescindible en toda aproximación contemporánea al fenómeno de la subjetividad si bien comienza a ser no tan criticado sino, más bien, dejado a un lado. Es cierto que encontramos en la moderna tradición filosófica fuertes críticas a esta idea, por ejemplo en el caso paradigmático de Hume, pero lo que en Hume aparecía como disolución de la unidad del yo en una suma de percepciones acaba siendo reformulado por Freud como la forma emergente, precaria y necesaria a efectos adaptativos, de una instancia inconsciente anterior y más fundamental. El hecho de que las ideas de Freud hayan llegado a convertirse en un verdadero “apriori cultural”2 es lo que justificaría no sólo su adopción simplificadora por la conciencia popular, sino también el hecho de que hayan tenido repercusiones en el terreno filosófico del siglo XX y, en particular, en autores como Michel Foucault y Richard Rorty.

Lo que nos proponemos ahora es, primero, recordar las ideas fundamentales que otorgaron al psicoanálisis su dimensión revolucionaria; segundo, examinar los presupuestos epistemológicos de Freud con vistas a calibrar la profundidad de su crítica de la idea clásica de subjetividad o su redescripción; en tercer lugar, revisar el tratamiento de la subjetividad que Freud lleva a cabo en tres obras conectadas: Más allá del principio del placer, El yo y el ello, la cual expone la estructura definitiva de la subjetividad conocida como ‘segunda tópica’ y Neurosis y psicosis; por último, nos detendremos a comprobar la influencia de las ideas de Freud acerca del yo en la obra de Richard Rorty teniendo particularmente en cuenta su concepto de contingencia.

2.- Los fundamentos epistemológicos del preparadigma freudiano.

Antes de desarrollar su particular concepción del yo, tal y como aparece en sus obras más maduras, deberían recordarse las tres ideas fundamentales sobre las cuales descansa la importancia revolucionaria de la teoría de Freud y que le supuso el ser comparado con figuras como Copérnico, Darwin o Marx. Son las siguientes:

  1. La idea de que la conducta manifiesta (u observable) de los individuos depende de causas latentes, las cuales son inconscientes y, en su mayor parte, de naturaleza sexual.3

  2. La idea de que los hombres no pueden conocer el significado exacto de muchas de sus acciones porque tal significado depende de mecanismos inconscientes.

  3. La idea de que la comprensión supuestamente científica del desarrollo psicológico de los seres humanos y de su conducta se halla vinculada a la aceptación de la sexualidad y la agresividad como sus principales factores explicativos.

Con todo, el impacto revolucionario se produjo especialmente a partir de la convergencia y la peculiar torsión que adquirieron en la obra de Freud toda una serie de tradiciones científicas y filosóficas que circulaban en el contexto cultural decimonónico sin haber sido integradas por nadie en particular. Por ejemplo, la medicina que hubo de aprender Freud estaba, a mediados del siglo XIX, en el trance de especializarse sobre modelos biológicos y químicos con vistas a combatir las enfermedades y, entre éstas, también las mentales. No obstante, tales modelos dejaban siempre fuera la personalidad global del enfermo, la cual, en todo caso, era considerada si el médico creía que era necesario humanitariamente tenerla en cuenta. La obra de Freud representa, dentro de la medicina, la recuperación de la visión global del enfermo y, dentro de ella, de la dimensión psicológica. Sería Freud el que recorrería él mismo el camino desde la bioquímica a la psicología recuperando para la nueva medicina que se abría paso, y también para la psicología, la personalidad del enfermo.

Por lo que respecta a la psicología, hay que mencionar que la obra de Freud aparece en un contexto de crisis del wundtismo (a Wundt se le considera el fundador de la psicología científica desde la fundación de su laboratorio en Leipzig en 1879) y en contraste con la escuela de la Gestalt y con el conductismo clásico de Watson. Ahora bien, la obra de Freud no responde explícitamente a las insuficiencias de estas posiciones ya que aparece claramente al margen de los debates de los psicólogos experimentales de finales del XIX. Con todo, el psicoanálisis sí que tendrá en cuenta aspectos que estas posiciones dan por supuestos o no examinan suficientemente: en particular, ni Wundt ni Watson llegaron a preguntarse por el encadenamiento biográfico, la dinámica o el significado inmanente de las conductas (ya que sólo consideraban adecuado y científico el estudio de la conducta observable), mientras que el psicoanálisis encuentra en todos estos elementos un filón para la teorización; por otra parte, los teóricos de la Gestalt, concentrados en el análisis de las estructuras de la percepción, no examinaron ni la génesis de los contenidos psicológicos ni tampoco sus significados, mientras que la teoría de Freud puede valorarse como la primera en ofrecer una descripción del origen y el desarrollo de la personalidad así como de la donación subjetiva de significados a los contenidos mentales (incluso a aquellos que parecen más alejados de tal posibilidad: los sueños). A pesar de que aquí trataremos de mostrar la crítica que del psicoanálisis se desprende hacia la idea clásica de subjetividad, no deja de resultar curioso que durante un buen número de años ésta fuese la única propuesta teórica dentro de la psicología que contemplara como digno de estudio al sujeto y su consciencia.4

¿Sobre qué presupuestos epistemológicos se apoyó Freud para proponer su teoría? De entrada, podemos afirmar que Freud compartió el enfoque de su maestro, el fisiólogo Brücke, así como el de Darwin y el de John Stuart Mill (a quien llegó a traducir al alemán), por lo que respecta a cómo debía ser la ciencia. Este enfoque combinaba el mecanicismo, el determinismo radical y una fe absoluta en la observación empírica desprejuiciada. Como sostiene Caparrós: “[...] Freud pretendió ser siempre, además de médico y terapeuta, un científico nomotético –no idiográfico- que aspiraba a la generalización, a la explicación y al hallazgo de regularidades psicológicas.”5 Su método clínico suponía el estudio exhaustivo de cada neurosis y, en base a las observaciones realizadas, formular hipótesis generales que se habían de verificar en nuevas observaciones. La curación de los pacientes se vinculaba a una interpretación, generada a partir de las generalizaciones teóricas, del material que aportaban los propios pacientes a través de la libre asociación. La interpretación que se propone en cada caso dota de sentido a los síntomas que hasta ahora permanecían opacos y los retrotrae a su origen en la infancia y, particularmente, en algún trauma de índole sexual. Alcanzar la consciencia de ese significado oculto hasta ahora para el paciente significa no sólo su curación sino también la recuperación de su identidad.

Un segundo elemento a tener en cuenta es el determinismo (La idea de que todo lo que existe, aunque sea irracional, tiene una causa). Freud se lo debe sobre todo a Brücke, su profesor de fisiología, y a la admisión de las ideas de Darwin. Freud aplicó el determinismo al psiquismo y sin él no hubiera podido mostrar el sentido inconsciente de los síntomas neuróticos, de los sueños y las fantasías, de los actos fallidos, de la sexualidad infantil, etc... También de Brücke y de Helmholtz tomó su fe monista, su convencimiento de que todo fenómeno era reducible a fuerzas físico-químicas de carácter inorgánico. Como Helmholtz, creía que la naturaleza tenía una energía básica transformable en varias modalidades (térmica, eléctrica, etc.), energía que era a la vez la razón última de su dinamismo y de sus cambios. En este sentido, Freud propone una energía mental (libido) cuyas fluencia, carga y descarga en representaciones psíquicas diversas explicaría el dinamismo y la evolución del psiquismo.6 Esta explicación de lo psicológico a partir de la energía es lo que Freud llama economía mental (o punto de vista económico). Con todo, trasluce de forma inequívoca el presupuesto de un modelo mecanicista orientando su pensamiento.

A Darwin, Freud no sólo le debe parte de su determinismo, sino también su visión genética. Para explicar (y hacer desaparecer) los síntomas traumáticos del presente hay que retrotraerse hasta la historia infantil del paciente, en la cual son elementos importantes el complejo de Edipo y las pulsiones sexuales en sus fases biológicas en conflicto con la represión ejercida por la cultura. Pero, por otra parte, el punto de vista genético, que es esencial en biología, le conduce a la formulación de un concepto básico: el de instinto (Trieb). El instinto es la base de lo que Freud denomina explicación dinámica de lo psicológico. Según Freud, los organismos están originariamente en equilibrio o constancia; tal equilibrio queda roto por la acción estimular externa o interna, que, de todas maneras, el organismo –que obedece al principio de constancia (homeostasis)- trata de recuperar. Toda carga estimular conlleva una tensión en el organismo que éste debe resolver mediante una descarga que se logra a través de la acción del instinto. Hasta 1920, Freud sólo había admitido un solo instinto orientador: el del placer; a partir de ahora, menciona a éste y a la ‘pulsión de muerte’ o ‘pulsión de destrucción’.

El hecho de que Freud admitiera durante buena parte de su vida el principio del placer como el instinto fundamental de la conducta humana revela la incidencia que la tradición del hedonismo tiene en su obra. El hedonismo, si bien en una versión matizada, está presente en las ideas de John Stuart Mill, del cual Freud lo tomaría. Freud formula su hedonismo en términos energéticos, reproduciendo el modelo mecánico que hemos mencionado. Freud sostiene que todo estímulo desequilibrador es percibido displacenteramente por el organismo, mientras que el placer es el efecto psicológico que se sigue a la descarga derivada de la acción del instinto (y que, como ya hemos dicho, pretendería restaurar el viejo equilibrio).


3.- La subjetividad en la primera y segunda tópicas (Más allá del principio del placer y El yo y el ello)

En el lenguaje de Freud, se conocen por ‘tópicas’ las clasificaciones estructurales que describen el aparato psíquico en diversas instancias o sistemas. Freud propuso dos: hasta 1923, consideraba que el psiquismo se dividía en Consciente / Preconsciente / Inconsciente; pero en El yo y el ello, publicado en 1923, mantiene que las divisiones básicas se establecen entre el Yo, el Superyó y el Ello.

En Más allá del principio del placer, Freud se cuestiona la idea de que el principio del placer sea la instancia rectora del curso de los procesos anímicos. Si así fuese, “la mayor parte de nuestros procesos psíquicos tendría que presentarse acompañada de placer o conducir a él, lo cual queda enérgicamente contradicho por la experiencia.”7 Un trastorno psicológico, que muestra variantes, le conduce a este cuestionamiento: se trata de la obsesión de repetición que aparece en los sueños de los enfermos de neurosis traumática (los que hoy en día se consideran pacientes con trastorno de stress postraumático) y en algunos juegos de los niños. Freud supone que la obsesión de repetición (que traslada al paciente de forma recurrente en su sueño a una situación muy desagradable que hubo de pasar, verbigracia, un accidente o la muerte de un ser querido o, en el caso del niño, la larga ausencia del padre) representa el intento de la psique por dominar absolutamente el acontecimiento traumático y debe entenderse como algo que se manifiesta “primariamente y con independencia del principio del placer”8. Eso significa que Freud ha encontrado una primera excepción a uno de sus principios generales más conocidos: el de que los sueños representan la satisfacción imaginativa de deseos reprimidos. Ahora bien, lo más importante es que Freud repara en este momento que la obsesión de repetición manifiesta en los sujetos un instinto diferente al que hasta entonces había considerado como fundamental y único. El instinto de conservación, que, a nivel de especie, se expresa en la pulsión sexual o erótica, “se halla en curiosa contradicción con la hipótesis de que la total vida instintiva sirve para llevar al ser viviente hacia la muerte”9. De manera que Freud se ve obligado a admitir que, junto al instinto que busca el placer, existe otro instinto contrario en el ser viviente, que le empuja hacia la muerte, una especie de pulsión de muerte. Todo instinto es, según Freud, “una tendencia propia de lo orgánico vivo a la reconstrucción de un estado anterior, que lo animado tuvo que abandonar bajo el influjo de fuerzas exteriores, perturbadoras”10: eso significa que los instintos, sexuales o destructivos, liberan la energía acumulada por la estimulación externa o interna para hacer retornar al organismo a un estado de equilibrio.

¿En qué consistiría la redescripción freudiana en este punto? Si la subjetividad está sujeta a estas fuerzas, las cuales operan desde el inconsciente, entonces las dimensiones conscientes de la psique quedan devaluadas a funciones laterales o de segundo orden. Freud señala que “la conciencia no puede ser un carácter general de los procesos anímicos, sino tan sólo una función especial de los mismos”11. Por tanto, la conciencia es la punta consciente y extraña de un enorme iceberg de naturaleza inconsciente. Este carácter superficial de la conciencia es demostrado por Freud a través de la embriología: la conciencia, localizada en la corteza cerebral, habría permanecido ligada a la percepción sensible –y al sentido ingenuo de realidad que suele suministrar- y en parte ajena a la estimulación interna procedente del inconsciente. La conciencia sería, pues, una especie de isla absolutamente solitaria en medio de un océano subjetivo inconsciente. Ahora bien, su carácter de instancia intermedia entre la estimulación externa y la interna, del que Freud sacará bastante partido en El yo y el ello, le abocan a una existencia inestable, carente de la continuidad y firmeza que tradicionalmente se habían asociado a la conciencia o yo. Esta conclusión acaba siendo reforzada cuando Freud descubre, a través del examen del desarrollo de la libido en el niño, que el yo es “el verdadero y primitivo depósito de la libido, la cual parte luego de él para llegar hasta el objeto”12. Si ese desplazamiento no se llega a producir, el yo deviene en fases ulteriores del desarrollo psicosexual el objeto anómalo del deseo, convirtiéndose en el origen y el centro del trastorno narcisista.

En El yo y el ello, Freud continúa la socavación de la idea clásica de subjetividad a partir de la interpretación supuestamente unívoca de los datos empíricos aportados por la observación de sus pacientes. Así, por ejemplo, Freud señala al comenzar su estudio que “la conciencia es un estado eminentemente transitorio. Una representación consciente en un momento dado no lo es ya en el inmediatamente ulterior, aunque pueda volver a serlo bajo condiciones fácilmente dadas.”13. La consciencia es mostrada como una especie de Guadiana mental que tan pronto aparece como desaparece, manteniéndose su contenido latente en estos intervalos; con esta imagen, Freud se contrapone al supuesto tradicional según el cual la consciencia sería aquel estado mental permanente que, en virtud de esa misma permanencia, garantiza la continuidad de la identidad personal. En continuidad con su obra anterior, Freud distingue contenidos latentes, capaces de acceder a la consciencia y al lenguaje, de otros cuya efectiva represión les impide revelarse nunca como conscientes: se trata, de hecho, de la distinción entre preconsciente e inconsciente tal y como la estipula su primera tópica. En este orden de cosas, dice: “la verdadera diferencia entre una representación inconsciente y una representación preconsciente (un pensamiento) consiste en que el material de la primera permanece oculto, mientras que la segunda se muestra enlazada con representaciones verbales.”14 Lo cual significa que ni el pensamiento ni su expresión lingüística pueden ser calificados como claros y transparentes para el propio sujeto que piensa o habla.

Ahora bien, lo decisivo en El yo y el ello no sólo es el surgimiento de la llamada segunda tópica -Freud sustituye el esquema ‘inconsciente / preconsciente / consciente’ por el de ‘ello / yo / superyó’-, sino, sobre todo, el hecho de que Freud establece una jerarquización de las instancias de la subjetividad atribuyendo a la dimensión inconsciente el papel principal y genético de las otras dos instancias. Por esa razón, dice:

Un individuo es ahora, para nosotros, un ello psíquico desconocido e inconsciente, en cuya superficie aparece el yo, que se ha desarrollado partiendo del sistema P [Percepción], su nódulo. El yo no vuelve por completo al ello, sino que se limita a ocupar una parte de su superficie, esto es, la constituida por el sistema PÁG., y tampoco se halla precisamente separada de él, pues confluye con él en su parte inferior.”15

Es más, el yo es una parte del ello modificada por la influencia del mundo exterior a través del sistema perceptivo. Por otra parte, junto al ello y el yo, Freud introduce, como última instancia explicativa de determinados procesos psíquicos, al superyó. El superyó es, por decirlo de algún modo, la costra psíquica generada a partir de la primera y más importante identificación del individuo (la que tiene lugar con el padre) y que acumula los ideales morales y religiosos del individuo así como los productos de haber convertido en tales ideales las tendencias filogenéticas más arcaicas de los individuos.16 Freud, al igual que Darwin, el cual, en la obra La descendencia del hombre (1871), afirmaba que podemos encontrar indicios en los animales superiores de los sentidos moral, social y religioso supuestamente característicos de los seres humanos, no coloca el desarrollo evolutivo humano en un lugar especial y diferente del desarrollo animal. La peculiaridad del superyó, en todo caso, se encuentra en ser el heredero cristalizado psíquicamente del complejo de Edipo y, por consiguiente, en expresar al ello reprimido en forma de normas morales que derivan del carácter del padre qua padre. Si con la idea de que el pensamiento y el lenguaje incorporan elementos inconscientes latentes, Freud ha desbancado toda pretensión epistemológica seria a tales facultades, con la introducción del superyó, despoja a la ética de cualquier posibilidad de una expresión racional, objetiva e imparcial de sus preceptos. De este modo, el universo moral (lo que se relaciona con la culpa, la angustia, los dilemas, etc...) se convierte en el más personal e idiosincrásico de los asuntos.

Por consiguiente, la subjetividad se manifiesta como un mecanismo de emergencia y represión alternativa de la libido dentro del cual el yo –o la consciencia- está siempre a punto de naufragar entre las exigencias placenteras o destructivas y el sentimiento de culpa o la angustia generados por el superyó. Como de modo bastante gráfico expresa Freud: “[...] se rebela inútilmente el yo contra las exigencias del ello asesino y contra los reproches de la consciencia moral punitiva. [...] el ello es totalmente amoral; el yo se esfuerza por ser moral, y el superyó puede ser hipermoral y hacerse tan cruel entonces como el ello.”17 Pero esta imagen del mecanismo de la subjetividad ahora tiene los rasgos fundamentales de la precariedad y la dependencia. El sujeto ya no es otra cosa que este conflicto –de hecho, en la perspectiva evolutiva de la teoría psicoanalítica, se hace propiamente sujeto resolviendo en cada etapa de su desarrollo los requisitos en pugna de las diversas instancias psíquicas; pero el magma instintivo del que surge, y del que son cristalizaciones el yo y su ideal, el superyó, ya no permite valorarlo al modo cartesiano o kantiano. La idea de un sujeto autónomo, emplazado en un supuesto lugar neutral, desde el cual juzga la corrección de las afirmaciones epistemológicas o éticas aparece destruida por aquello que esta idealización se proponía precisamente superar: la naturalidad o, en términos más concretos, la ambivalencia del cuerpo. Y es a formas diversas de esa naturalidad a las que el yo –siempre a punto de zozobrar- finalmente ha de acabar sirviendo. Por esa razón, Freud habla, en el capítulo final de El yo y el ello, de las tres servidumbres del yo:

Mas, por otra parte, se nos muestra el yo como una pobre cosa sometida a tres distintas servidumbres y amenazada por tres diversos peligros, emanados, respectivamente, del mundo exterior, de la libido del yo y del rigor del superyó. [...] En calidad de instancia fronteriza quiere el yo constituirse en mediador entre el mundo exterior y el ello, intentando adoptar el ello al mundo exterior y alcanzar en éste los deseos del ello por medio de su actividad muscular.”18

Los peligros que se ciernen sobre el yo y a los que se refiere Freud suponen siempre la caída en una forma de psicopatología específica. En otro texto de 1924, Neurosis y psicosis, Freud dictamina que todas las enfermedades mentales de importancia pueden describirse como una descompensación en este esquema de la segunda tópica: “La neurosis sería el resultado de un conflicto entre el yo y su ello y, en cambio, la psicosis, el desenlace análogo de tal perturbación de las relaciones entre el yo y el mundo exterior.”19 No obstante, como puede verse, Freud no establece una diferencia cualitativa entre las personas sanas y las enfermas: todas comparten la misma estructura tópica; lo que en todo caso marca la frontera entre la salud y la enfermedad mental es la manera peculiar en la que cada cual resuelve los conflictos generados por los desplazamientos de la libido en cada fase de desarrollo psicosexual. En este sentido, es la plasticidad que tiene el yo para deformarse o incluso escindirse lo que alivia la represión aunque sea a costa de la locura. En el mismo texto, Freud señala: “[...] el yo podrá evitar cualquier desenlace perjudicial en cualquier sentido, deformándose espontáneamente, tolerando daños en su unidad o incluso disociándose en algún caso. De este modo, las inconsecuencias y chifladuras de los hombres resultarían análogas a sus perversiones sexuales en el sentido de ahorrarles represiones.”20 En este sentido, Freud parece estar sugiriendo que las tendencias psicopáticas corren paralelas al proceso represivo, como precipicios que se abren a ambos lados del desarrollo cultural al que los hombres están históricamente abocados. Naturalmente, sin represión no hay cultura, no hay posibilidad de civilización; pero la represión es también el semillero de la enajenación.

4.- El yo contingente de Rorty

Richard Rorty comienza su obra Contingencia, ironía y solidaridad recordando que la historia intelectual de Occidente dio un brusco giro con la Revolución Francesa y, en particular, con el hecho de que los hombres pudieron entender por vez primera como algo plausible entonces que la verdad es algo que se construye en lugar de ser algo que se halla. La idea de que todo lo que los hombres hacen en el terreno teórico y en el práctico está sometido a las contingencias de ese hacer, de ese construir, es lo que determina que pueda hablarse de una filosofía de la contingencia, cuyas manifestaciones se observan en el lenguaje, en las comunidades humanas organizadas políticamente y en la subjetividad. Para Rorty, todos los pensadores interesantes del siglo XX han sido aquellos que, cabalgando sobre esta idea –la de que la verdad se construye, no se halla-, han hecho todo lo posible por redescribir las viejas cuestiones filosóficas en términos tales que su tratamiento actual aparezca ya como considerablemente obsoleto. En ese sentido, la figura de su ironista liberal entronca con los autores interesantes en los que piensa: Nietzsche, Freud, Proust, Nabokov, Foucault, etc. porque éstos son “personas que reconocen la contingencia de sus creencias y de sus deseos más fundamentales: personas lo bastante historicistas y nominalistas para haber abandonado la idea de que esas creencias y esos deseos fundamentales remiten a algo que está más allá del tiempo y del azar.”21

En el caso particular de Freud, según Rorty, nos encontramos con un pensador que desdiviniza al yo mediante una explicación en la que hace remontar a la consciencia a sus orígenes, situados en las contingencias de su educación. Tanto es así que Rorty no puede evitar citar aquel pasaje tan conocido del psicólogo vienés en el que afirma que el objetivo de su obra es “tratar al azar como digno de determinar nuestro destino”22. Pero Rorty, además de subrayarle esta faceta de valedor anticipado de una filosofía de la contingencia, también encuentra en Freud a un autor cuya gran influencia en la cultura popular ha servido, entre otras cosas, para hacer visible y aceptable la idea nietzscheana de la verdad como “un ejército móvil de metáforas”. ¿Por qué? Pues porque Freud “Ve toda vida como un intento de revestirse de sus propias metáforas.”23 Las explicaciones psicoanalíticas de los sueños o de las fantasías tienen por objeto decirle al propio soñador o fantaseador el sentido secreto de su propia existencia. Un sentido, por otra parte, que no puede expresarse con el lenguaje de la filosofía o de la ciencia más rigurosa, sino sólo con el lenguaje de la poesía o la metáfora. Esta reivindicación de un léxico literario, a pesar de que Freud buscara descifrarlo mediante el léxico de la ciencia positivista, representa un punto de contacto directo con Nietzsche, que también propone al poeta vigoroso como modelo dionisiaco a la altura de la época. Freud, por otro lado, al vincular las características contingentes de la personalidad –patológicas o no- de los individuos con su afán por construir sistemas filosóficos o por expresar una exquisita piedad religiosa, “echa abajo las distinciones tradicionales entre lo más elevado y lo más bajo, lo esencial y lo accidental, lo central y lo periférico”24.

Por lo que respecta a la subjetividad, la obra de Freud “nos ayuda a considerar seriamente la posibilidad de que no haya una facultad central, un yo central, llamado ‘razón’, y, por tanto, a tomar en serio el perspectivismo y el pragmatismo nietzscheano.”25 Este rechazo de la subjetividad clásica o, por mejor decir, esta redescripción de la subjetividad por parte de Freud representa también para Rorty un modo de orillar todos los intentos originados en Platón de unificar lo público y lo privado, las partes del Estado y las del alma, la justicia social y la autorrealización personal. En suma, es un modo de decirnos que la conflictividad idiosincrásica interna a la subjetividad de cada cual nos imposibilita para toda comprensión totalizante, universal y definitiva de lo que es el hombre y de lo que éste puede hacer individual y colectivamente. No obstante, para Rorty, incluso en la metodología podemos detectar la actualidad de Freud, porque éste no sigue los caminos trillados de la crítica filosófica al uso sino la nueva manera de una filosofía de la contingencia, que consiste, no en proponer argumentos con los que destruir las viejas perspectivas, sino nuevas metáforas con el propósito de hacer ver la escasa o nula expresividad de las antiguas:

Pero –y ése es el punto decisivo- [Freud] no lo hace a la tradicional manera filosófica, reduccionista. No nos dice que el arte es en realidad sublimación, o la construcción de sistemas filosóficos meramente paranoia, o la religión meramente el confuso recuerdo del padre feroz. No nos dice que la vida humana sea meramente una continua recanalización de energía libidinal. No está interesado en invocar una distinción entre la realidad y la apariencia diciendo que una cosa es ‘meramente’ o ‘realmente’ algo muy diferente. Únicamente se propone darnos una nueva redescripción de las cosas para que las coloquemos al lado de las otras, un léxico más, otro conjunto de metáforas que él cree que tienen la posibilidad de ser utilizadas y por tanto literalizadas.”26

La aportación de Freud, pues, consistiría en haber hecho atractiva para muchas personas una nueva redescripción de la subjetividad, y ello, siendo mucho más consciente que los pensadores anteriores acerca de su carácter provisional, metafórico e histórico. Rorty nos sugiere que el hecho de que hoy no podamos evitar las referencias a Freud al hablar del hombre sólo puede significar su próxima e inevitable obsolescencia histórica. Lo que una voluntad (o un conjunto de voluntades) quiso expresar habrá de ser desplazado por lo que otra voluntad (o conjunto de voluntades) quiera expresar un día. Eso es lo que significa tener en cuenta a la historia y haber tomado en serio el dictum de Nietzsche acerca de la muerte de Dios.27 Freud no ha hallado la verdad acerca del hombre, sino que ha expresado un conjunto de metáforas acerca del mismo que ha tenido el arraigo suficiente como para ser considerado un “apriori cultural”. Provisto de las armas de la ciencia, pero con el pathos del poeta vigoroso romántico, Freud dijo “así lo quise” respecto al hombre y no “así es”. En este esfuerzo creativo reside el valor de su obra; un valor –por expresarnos en el (según Rorty) anticuado lenguaje de la Ilustración- relativo.


Bibliografía Caparrós, A.: Los paradigmas en psicología, Horsori, Barcelona, 1980, (capítulo 3). Desprats-Péquignot, C.: El psicoanálisis, Alianza, Madrid, 1997, (capítulos 1 y 5). Leahey, T.: Historia de la psicología, Debate, Madrid, 1991, (capítulo 8). Martí, E.: Psicología evolutiva, Anthropos, Barcelona, 1991, (capítulo 4). Rorty, R.: Contingencia, ironía y solidaridad, Paidós, Barcelona, 1991, (capítulo 2).
1 Lluís Pla Vargas es doctorando en Filosofía por la Universidad de Barcelona y miembro del grupo de investigación del Seminario de Filosofía Política de esta misma universidad. Asimismo, coedita Astrolabio, Revista Internacional de filosofía, vinculada a estas instituciones académicas.
2 La expresión es de Antonio Caparrós: Los paradigmas en psicología, Horsori, Barcelona, 1980, pág.105.
3 Freud no fue ni mucho menos el primero en proponer la idea de pensamientos de orden inconsciente. Leibniz, Herbart o Fechner ya lo había hecho antes que él. Lo novedoso de la propuesta freudiana es que el inconsciente aparece como una instancia generadora del resto de las facultades psíquicas y que, por otra parte, ha debido ser necesariamente reprimida.
4 “La necesidad de una teoría psicológica sobre la personalidad fue especialmente clara en el área clínica de las enfermedades mentales como trastornos de la conducta. Nuestra sociedad que las produce más que otras –o que permite una mayor toma de conciencia operativa de ellas- necesita como prueba de su propia racionalidad ‘a pesar de todo’ un marco de referencia teórico y metodológico desde donde recuperar a los individuos que las padecen. Hoy son ya posibles varios marcos (conductista, cognitivista, etc.); en los inicios de la psicología todas las posibilidades reales de recuperarlos desde la conducta misma convergieron en Freud.”, Antonio Caparrós: Los paradigmas en psicología, op.cit., pág.108. [El subrayado es nuestro.]
5 Ibidem.
6 En El yo y el ello, Freud se expresa con mucha claridad al respecto: “Hemos obrado como si en la vida anímica existiese una energía desplazable, indiferente en sí, pero susceptible de agregarse a un impulso erótico o destructor, cualitativamente diferenciado, e intensificar su carga general.”, Sigmund Freud: El yo y el ello, Alianza, Madrid, 1977, pág.36.
7 FREUD, Sigmund: Más allá del principio del placer, en Psicología de las masas, Alianza, Madrid, 1987, págs.83-137, pág.85.
8 Ibid., pág.92.
9 Ibid., pág.114.
10 Ibid., pág.112.
11 Ibid., pág.99.
12 Ibid., pág.127.
13 Sigmund Freud: El yo y el ello, Alianza, Madrid, 1977, pág.9.
14 Ibid., pág.14.
15 Ibid., pág.18.
16 “El ideal del yo es, por tanto, el heredero del complejo de Edipo, y con ello, la expresión de los impulsos más poderosos del ello y de los más importantes destinos de la libido. Por medio de su creación, se ha apoderado el yo del complejo de Edipo y se ha sometido simultáneamente al ello.”, ibid., pág.28.
17 Ibid., pág.45.
18 Ibid., pág.47.
19 “Neurosis y psicosis”, en El yo y el ello, op. cit., págs.145-9, pág.146.
20 Ibid., pág.149.
21 RORTY, Richard: Contingencia, ironía y solidaridad, Paidós, Barcelona, 1991, pág.17.
22 Ibid., pág.42.
23 Ibid., pág.55.
24 Ibid., pág.52.
25 Ibid., pág.53.
26 Ibid., pág.58.
27 Como aclara Rorty: “El proceso de desdivinización [...] culminaría, idealmente, en la incapacidad de ver ya una utilidad a la noción de que seres humanos finitos, mortales, de existencia contingente, puedan extraer el significado de su vida de otra cosa que no sean otros seres humanos finitos, mortales, de existencia contingente.”, Ibid., pág.64. La Mente puede crear palabras

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