viernes, 20 de julio de 2007

Ricoeur y la teoria significante de la metáfora viva.




Relación de la metáfora como portadora de sentido.








"La gran tragedia de la ciencia: el asesinato de una bella hipótesis
a manos de un horrible hecho."
(Thomas Henry Huxley)



La poética deja una irrupción de significado que demuestra una trascendencia y/o sentido de la existencia humana que la afirma, de manera que hace notar lo descriptivo del lenguaje más allá de la elemental definición lingüística, en la que suele colocarse su incalculable capacidad de Sentido. Dicha irrupción de significado no recae estrictamente -como se reclama decir- en una posición tradicional de y qué puede ser un sentido, sino que, habría de señalarse si hay una experiencia y un ámbito irreductible a lo lógico-fàcticamente establecido. Aceptar además, que dicho sentido, no tiene como origen al hombre, sino que esta desde siempre ya situado en el seno del ser que lo rebasa1. Bajo esta perspectiva la poética deja de considerarse como una mera insinuación estilística o de ornatus según se hereda de una tradición retórica y de discurso que mantiene gran parte del lenguaje adscrito a la misma.

Pero además, sugerir el origen del sentido fuera del hombre, e intentar hallarlo en el seno de una realidad no asumida plenipotencialmente como realizable, conduce a un problema de comprensión y de lenguaje sin sus múltiples posibilidades lingüísticas que exige una aceptación acaso inexplorada, no admitida, de sí como plenitud significativa, en la que lo empírico-científico no penetra pues esta lejos de sus alcances significativos, en su praxis de lo racionalmente establecido, hecho que examinaría lo limitado que esta el conocimiento-científico-tecnológico de las experiencias no-facticas a las que no accede.2 Un Verdadero escándalo, si se piensa en la “negativa” de la realidad ordinaria y del conocimiento fáctico considerado indudable. Revelando una ineficacia o quizás, una incapacidad de registrar o conceptuar la posibilidad multilingüística y trascendente del lenguaje, en la cual no prima el técnica o el inicio del sentido en el hombre, sino que dicho sentido aparece dado por algo más allá de las meras definiciones lingüísticas3 Así, dicho escándalo constituye una denegación o quizás una insuficiencia, de la teoría empírico-científica al no afrontar que existen experiencias empírico no demostrativas que dan lugar a una comprensión alterna de la realidad .
La ciencia no debe ser entendida únicamente como unidad sino como el hecho en el que tradicionalmente objetivamos la realidad de las cosas. En este caso particular, científico no es solo la aplicación del instrumento científico como tal, sino la costumbre objetiva de referir las cosas

En pocas oportunidades, se da entera anuencia de una actuación del lenguaje no tramitada exclusivamente por las “rutinas” elaboradas de definir como modalidad científica. La mayor parte de las gramáticas asienten inscribirse en esa postura, al menos su estudio se define por una puntual estructura, que se organiza y decide los procedimientos lógicos y semánticos de una determinada lengua, así como sus funciones y desarrollos morfosintácticos. Pero mas allá de esa decida puntualidad esta lo que definitivamente parece, no constituye un elemento determinante de la misma. Al dársele prelación en exégesis a la lingüística objetiva, se limita al lenguaje. Más allá de una lingüística hábilmente estructurada y acogida en el desarrollo del lenguaje, existe una dimensión de sentido, no decidido por el carácter lingüístico únicamente, sino que, incluso, puede revelarnos las múltiples posibilidades significativas del lenguaje4.

En tal caso, es una situación con la cual puede desconocerse que las posibilidades de decir y dar en que pensar, son indeterminadas. Se cree, por señalar un ejemplo, en la comprensión como un evento puramente psicológico, determinado más por las capacidades intelectivas del sujeto que por su acción y modo de decir, y de comprender lo que percibe, experimenta, y conoce; esto es, y siguiendo a Gadamer, “comprender no es una recondición psicológica sino un modo de ser”. De este modo, no puede estar objetivada la existencia, pues simplemente, esta, precede antes que todo, a la objetividad misma.
En una situación semejante, la retórica –acaso ya olvidada- como disciplina del discurso, se apartó de la metáfora, por considerar inadecuada su acción significativa e idear mundo, de manera que, toda intención figurativa le restaba objetividad y claridad al discurso. Y fue precisamente esa suposición la que resulto infortunada para el discurso, pues su objetivación ha servido de instrumento para la eliminación del carácter reflexivo5 del mismo, de su realización, de su correspondencia, y no por que la metáfora decidiera dichas condiciones, sino por que su definición como figura no discursiva, habilito la creencia de una retórica exenta de inexactitudes, claramente lógica, de modo que, no se cometieran impresiones, aunque de paso se limitara el decir en función de o para.... y donde la mentira podía estar incorporada como estrategia útil para el convencimiento. En la actualidad “no se piensa” que la acción discursiva pueda tener una posibilidad poética como discurso. Aun cuando la retórica decayó en el siglo XIX, hoy se cree que las nuevas formas de convencimiento están en la comunicación y sus formas, pero no se consiente declaradamente una realización significativa de realidades no objetivadas.

El lenguaje no es exclusivamente lingüístico; es decir, el sentido -como se menciono anteriormente- no tiene sus orígenes en el hombre, sino que esta situado ya desde siempre en el seno del ser que lo rebasa6. Pero además, de alguna manera dicha reiteración es algo que los hombres han dicho simbólicamente7.

La descripción del sentirse perdido o salvado, de la angustia, el fracaso o la felicidad, y de la tristeza etc, resultan no como el fruto de la actividad científica, -y en algún modo, se manifiestan como evidencia de Humanidad; muy lejos de esa idea de goce y de bienestar que celebra mundo reciente-, y que es parte de esa naturaleza que la ciencia considera no esta a su alcance.

El “símbolo da que pensar” como se ha notado, y que señala Kant en la Critica del Juicio, estipulándose en la intención constituyente a partir de la cual se manifiesta la experiencia y su trascendencia, aunque también este al servicio de las mentiras que despliega la conciencia cuando se cree dueña del sentido. Así, no será vicioso decir que el símbolo también es agente a través del cual se modelan los significados que se requieran o necesiten de la experiencia.8 En esa referencia, la manifestación de los estados falibles del hombre, del sentirse solo, alegre..etc, excluidos, de su realización empírico-científica-tecnológica-financiera-cotidianidad, por su improbable objetivación están originados no el hombre sino en una realidad que lo supera, que no puede decretar y sistematizar, de la que puede describir quizá de manera simbólica, figurada, y que en conclusión refiere, indica, señala, habla de la existencia, de la realidad. En esas circunstancias, no hay para la metáfora, al menos, en su lectura una comprensión de sus múltiples posibilidades, quizás, el aprendizaje de la lengua no admite que el lenguaje pueda construirse de esta manera, en particular, y termine por denunciarle al traste,

Ahora, alcanzar para la poética esa dimensión desde el texto, y que este último se matice con la propuesta de plasmar la experiencia y trascendencia de la existencia y la realidad, en su aprendizaje, de manera accesible, desde la descripción metafórica, es algo que pocos considerarían, y que pueda constituir una técnica con la cual puede resultar el relato como resultado de la narración de dicha experiencia, aun todavía menos. En esas circunstancias es sugerible indagar por una busca de creación narrativa que permita a la metáfora indicar su valor trascendente, como contribuir al impulso de aprender más acerca de la narración, de la forma de decir las cosas. Esto no se presta como una panacea y como el recurso estrella del que se pueda hacer gala de didáctica, considerando las múltiples estrategias existentes al respecto, pero logra en alguna forma acercar a los interesados a una lectura de la metáfora, y de la poética, “desconocida” y que permita desde la simple traslación de semejanzas “ver una cosa” como “otra” crear una narración metafórica acerca de la experiencia o la realidad, que se describen, y dejar en prueba una capacidad de discurso de la metáfora donde sus enunciados dicen algo de esas experiencias o realidad que refieren, y no como suele ofrecerse de un lenguaje liviano, no objetiva, indecible de cualquier cosa. El aprendizaje de una narración en la metáfora evita una idea de ineficacia discursiva, como de subjetividad. Pocos creerían que tras un enunciado metafórico narrar es una posibilidad y característica más de la metáfora, idea hasta hoy incomprendida.







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